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    insomnio involuntario (cuento)

    No estoy seguro de en qué momento de la noche desperté.

    Ni tampoco de qué fue lo que me despertó.

    Por un lado está el vibrar incansable de mi celular, oculto entre mis almohadas. Moviéndose como el motor de una motocicleta vieja con el sonido ahogado por las capas de algodón que le cubrían. Ahí  lo dejé antes de quedarme dormido, en mi intento de ahogarlo. 

    Pero no podía atribuir el completo movimiento de mi cama a mi teléfono. Ya que por otro lado estaba el constante golpeteo de la pared que compartía con Patricio. También estaba el sonido reprimido de las risas y gemidos suyos y de su acompañante.

    Observo lentamente a mi alrededor tratando de encontrar otro justificante a mi repentino insomnio involuntario. 

    ¿Será la pulcritud inusual de mi habitación? 

    Había invertido gran parte de la mañana anterior ordenando la ropa sucia que solía tener regada por todos lados, barriendo el polvo y recogiendo los restos de pizza. Deshaciéndome del mal olor que ignoraba por flojera o costumbre, no estoy muy seguro. Cuando terminé de limpiar mi habitación, esta parecía sacada de un catálogo de alguna tienda de muebles. El olor a guardado había sido reemplazado con una fragancia de flores del campo, según la lata del aromatizante que esparcí con intensidad. 

    Recuerdo que tiré sobre el suelo de madera con los brazos y piernas estiradas, con la respiración medio agitada y el cuerpo pegajoso por el sudor. Sin embargo, el verdadero cansancio vino a mi cuando el principal motivo detrás de mi acto de limpieza se deshizo. Pude sentir que mi espalda y articulaciones me dolían el doble después de leer su mensaje.

    “Lo siento Leo, no voy poder verte hoy. ;( ” 

    Quise usar las últimas energías que me quedaban para arrojar mi teléfono por la ventana, pero mi brazo quedó suspendido en el aire mientras hacía cálculos financieros de cuanto me costaría repararlo o comprar uno nuevo. Entonces opté por una solución más orgánica y económica para liberarme de toda la frustración. Empecé a gritar mientras tomaba todas mis almohadas y las estrujaba contra el aparato, imaginando que era yo a quien ahogaba. 

    Es ahí donde se apagan mis recuerdos.

    Luego de eso me trasladé como por arte de magia a este momento de la noche. Entre ese suceso deprimente hasta este otro donde me encuentro debatiendo conmigo mismo, solo en mi cama mientras mi compañero de departamento tiraba en la habitación continua, solo hay un vacío. 

    Un espacio en negro en mi mente. 

    Un espacio al que intento volver pero no puedo. 

    En teoría porque mi cuerpo tiene las energías recargadas y no necesita más. 

    ¡Qué alguien le avise a mi mente! Porque opinaba todo lo contrario.

    La vida me recordaba, una vez más, que no soy capaz ni ponerme de acuerdo con mi propio cuerpo, que no puedo controlar dos cosas tan básicas.

    Cuando siento una ligera brisa golpear mi cara giro mi cabeza hacia la ventana. Tal vez me despertó el viento que se cuela por la ligera abertura que hay entre la pared y el marco de la ventana. En verano era una bendición pero en invierno convertía mi habitación en uno de los círculos del infierno de Dante. No importaba cuantas capas de sábanas colocaba sobre mí siempre terminaba sintiendo el gélido viento de la madrugada y convertía el simple acto de dormir en todo un reto.

    El celular deja de vibrar.

    Y cuando eso sucede me embarga la curiosidad de saber la hora exacta del día. Sé que no puede ser antes de la medianoche porque el sonido de los carros en la calle es casi inexistente. Sé que no puedo estar muy cerca del amanecer porque la noche es densa y no hay rastros de luz solar.

    Hago un movimiento extraño con mi brazo y palpo entre mis almohadas hasta tocar el frío plástico del celular. Lo jalo con cuidado y cierro los ojos antes de cegarme con el brillo de la pantalla. Lentamente los voy abriendo para ir acostumbrándome. 

    2:42

    Suspiro al ver la hora y al ver las quince llamadas perdidas de mi contacto “NO CONTESTAR”, que es como había guardado el número de mi mamá  desde que me mudé hace como un año y ocho meses. 

    Hay otras notificaciones que están junto a esa llamada perdida. Pero las ignoro  porque no estoy de humor.

    Mis pensamientos se centran en que debería enviarle un mensaje a mi mamá para que sepa que estoy vivo. 

    Puedo mentirle y decirle algo como: 

    “No puedo contestar vieja, ando con los amigos te llamo mañana”. 

    Con eso podré tranquilizarla y hacerle creer que su hijo, el que luchó contra todos los obstáculos para escaparse de sus garras protectoras, es un joven que  se divierte. Que tiene una buena vida, esas que se supone que uno debe tener. Con previos y discotecas, con amigos y alguna que otra amante con quien haría lo que Patricio está haciendo en el cuarto de al lado. 

    Es lo mínimo que puedo hacer por su tranquilidad, al final de cuentas no puedo odiarla. He intentado odiar a esa mujer represiva y manipuladora pero al compartir los mismos genes y haber estado dentro de su cuerpo los primeros meses de mi existencia no puedo. 

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    Desbloqueo mi celular con la contraseña más segura de todas y cuando estoy a punto de escribir la más convincente de mis mentiras este se apaga. Se quedó sin energía o tal vez la absorbí entre sueños. Cualquiera que sea la razón, el aparato ya no respondía.

    Estuve tan cerca de vivir por unos segundo la vida que debería de tener si no fuera un pesimista y perdedor. 

    Pero no puedo quedarme con las ganas. La piconería de ser ese chico liberal, que consigue con facilidad la amistad y el amor de otros, se me queda en la mitad del pecho. Obstruyendo el funcionamiento normal de mi cuerpo. 

    Hago a un lado las sábanas y fuerzo mis músculos cansados a ponerse de pie. Se suponía que debía sentirme totalmente diferente. Lleno de vitalidad y fuerzas. Pero me estaba arrastrando entre mi habitación en búsqueda del cargador.  Con la espalda media arqueada y la cabeza gacha. 

    Me sentía desorientado entre tanto orden. Revisé mi escritorio, los bolsillos de mis pantalones, luego los cajones de mi escritorio y la mesa de noche. Sin éxito alguno. 

    No entendía mi persistencia por demostrarle a la vida, desesperadamente, que podía romper los planes que tenía para mí. 

    Tal vez todo lo que me está pasando ahora es para prepararme a un futuro lleno de éxito y felicidad. Tal vez es la forma en la que la naturaleza me dice que hay un balance en todo. Ese arcoíris no existiría sin la  predecesora tormenta. El ying y el yang.

    No debía forzar nada, debía dejarme llevar tal vez. 

    A pesar de que es todo lo que he hecho durante estos 21 años. 

    Guardo el celular en el bolsillo de mi pantalón y salgo haciendo el menor ruido. Yo tengo una terrible noche pero no tenía ningún motivo para arruinar la de Patricio. Si bien ya no hay sonidos sexuales, puedo escuchar un murmullo leve. Tal vez él y la desconocida tienen esa primera noche donde se cuentan de todo y se conocen. Algo muy mágico para ella y rutinario para él. 

    Mientras me muevo lentamente hacia el baño, puedo sentir como el hecho de aceptar mi deprimente realidad como un tributo para un futuro más feliz me hace sentir menos desanimado. 

    Tal vez Helen realmente sí estaba ocupada con algún asunto familiar y no estaba con algún otro chico. No se estaba viendo a escondidas con ese tal Joaquín, y solo me iba alejando con mentiras porque no tenía la capacidad de cortarme de una vez por todas. 

    Tal vez me va sorprender durante la mañana y se disculpará conmigo y como premio lo haríamos antes del desayuno. Dos veces, espero.

    Esas ideas me hacen enderezar mi columna y sonreír levemente. 

    Cuando enciendo la luz del baño, termino de creer que tendré un espectacular día al ver mi cargador colgando del enchufe a lado del lavadero. 

    Miro al cielo y le doy las gracias en un susurro a cualquier divinidad que esté moviendo los hilos de mi destino. 

    Conecto mi celular pero está tan descargado que no enciende inmediatamente. Me muestra una barra roja que palpita como diciéndome que le tenga un poco de paciencia. Reposo el aparato con cuidado sobre el lavamanos para que no se moje. 

    Me dirijo al inodoro y con todo el optimismo del universo me bajo el cierre para deshacerme  de los líquidos residuales que oprimen mi vejiga. La sensación liberadora pudo haber sido la sensación más cercana a un orgasmo si no fuera porque la puerta se abre. 

    —¡La putamadre casi me das un infarto! —dice Patricio con la voz ahogada y una mano en el pecho. 

    —Sal de aquí Pato —le pido dándole la espalda y acomodándome la ropa interior. 

    Cuando giro para verlo está completamente desnudo. Con una mano se cubre su entrepierna y con la otra tiene abierta la puerta de la gaveta debajo del lavadero. 

    —Che lo siento, pero creí que estabas fuera—me cuenta con normalidad, restándole importancia al hecho de que estaba sin ropa. Estaba más concentrado buscando algo—. ¿Vos no saliste con la minita esa? ¿Cómo se llamaba? ¿Helena? —Rebusca y rebusca pero no parece tener éxito—. ¿Qué hacés aquí? 

    —¡Qué haces tú aquí —le reclamo mirando a otro lado  de manera respetuosa.

    —Disculpá, no quiero seducirte ni nada— responde riéndose y yo tomo el rollo de papel higiénico y se lo lanzo contra la cabeza. 

    —Pará Leo, solo estoy buscando un forro que juro que lo vi la vez pasada acá. ¿Vos no tenés uno que me prestés? 

    Pienso rápidamente en la caja que tengo escondida para emergencias en la gaveta superior. Lo coloqué lo más alto posible para que Patricio no lo encuentre. Pienso que igual debería sacar algunos por si Helen aparece en la mañana. 

    —Sí, en la gaveta superior hay una caja. 

    —¿Una caja y la tenés escondida?

    —Es por si se me acaban, por emergencia —le miento para hacerme sentir todo un semental. Él me mira y me guiña un ojo. 

    Intenta llegar al espacio más alto de la gaveta superior pero su estatura no le deja. 

    —Haceme la gaucheada y sacalos por mí. 

    Patricio no es muy pequeño pero yo era un poco más alto que el promedio. Así que con facilidad saco de la caja un par de condones para él y  tomo otros dos para mí sin que se de cuenta. 

    —¡Joya! Te debo una. 

    En ese momento la pantalla de mi celular se enciende y vomita un halo de luz intensa. 

    —¿Ya son más de las doce? —pregunta Patricio sorprendido al ver la hora en mi celular—. Che, ¡feliz cumple! 

    Deja de cubrirse y me abraza con efusividad. 

    Le doy un gracias sincero, porque a pesar de ser ambos muy diferentes el uno del otro, Patricio ha sido un buen compañero de departamento. No somos los mejores amigos pero hemos tenido nuestros momentos de conexión. Sobre todo este donde tenía su testículos contra mi pierna.

    —Disculpá que esté en pelotas pero esta minita no tiene límites. ¿Qué pasó con tus planes? 

    —Helen me dijo que no iba a poder venir. 

    —¡No, qué bajón, te dejó colgado! Pero hubieses salido igual, te mereces un buen garche cumpleañero. Además, ¿para los bi no es más fácil encontrar alguien con quien tirar?

    Pregunta en broma con la intención de molestarme, es nuestra dinámica. Ya la teníamos tácitamente armada. Me río tontamente porque ha conseguido hacerme sentir incómodo pero al mismo tiempo en confianza. 

    Quiero replicarle con algo pero en ese instante la acompañante de Patricio aparece por la puerta, está igual que él sin nada puesto y cuando me mira suelta un grito. Pidiendo disculpas vuelve por donde vino. 

    —¡Tranquila que Leo es gay! 

    —¡No soy gay! 

    —Pero ella no tiene que saberlo, si le digo que sos bi se va a espantar más. —se excusa con rapidez olvidándose por un segundo de su desnudez.  Cuando se percata que me he quedado mirándolo vuelve a cubrirse con ambas manos—. Te veo luego pibe, en la mañana hacemos algo para celebrar. Sos el mejor. 

    Él la sigue y me quedo solo en el baño pensando en que el día tiene un gran potencial después de toda esta cómica, y algo excitante, escena. 

    Después de todo, si dejaba de lado ese mal hábito mío de autosabotearme y me diera la oportunidad de apreciar  un poco más lo que sucede a mi alrededor creo que podría ser más feliz. 

    Me sonrío y me mentalizo que este cumpleaños aún no está perdido. Pienso en que las siguientes horas que le quedan al día haré lo necesario para disfrutarlo. Me lo merezco después de todo. 

    Cuando termino de lavarme las manos, mi celular comienza a vibrar. 

    NO CONTESTAR

    Estoy de tan buen humor que ignoro la intensidad  de mi mamá, ignoró lo abrumadora que será nuestra conversación y respondo. 

    —¿Alo viejita hermosa por qué no estás durmiendo? — le preguntó con el tono más alegre que tengo en semanas. 

    —Leonardo es tu papá.

    Esa primera oración es como un golpe que rompe el espejo que tengo delante mío. Puedo sentir metafóricamente como los pedazos de vidrio salen disparados después de la imaginaria presión. Todo en cámara lenta. Trocitos de vidrio se deslizan en el aire como si no existieran leyes físicas que las puedan detener. Van cortando las partes descubiertas de mi cuerpo. Mi rostro, mis manos, mis brazos y creo que una logra atravesar mi pecho hasta dar con mi corazón. Que se detiene por un segundo. 

    —Él ha muerto.

    Mi corazón recupera su latido pero la de mi papá no lo hace. Ni lo hará nunca más. 

    Vaya día de mierda para estar despierto.

    Arnold Camus
    Arnold Camushttp://www.arnoldcamus.com
    ¡Hola! Soy Arnold Camus, comunicador de profesión y lector por amor. Hace 10 años creo contenido para Leerlo Todo, un espacio en la internet donde comparto sobre los libros que leo, los que quiero leer y noticias del mundo literario.

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