La única razón por la que no terminaba con Denisse se resumía —y sonará muy patético pero es la verdad— en la flojera que me embargaba ante la idea de mudarme.
El límite de propiedad sobre muchas de las cosas que estaban a mi alrededor había desaparecido hace varios meses. No recuerdo exactamente cuando dejamos de usar los pronombres posesivos en primera persona para hacer referencia a los libros del estante, a los discos de música junto al minicomponente o la vajilla.
Todo pasó de manera muy natural.
Todo pasó de manera inversamente proporcional.
Mientras mis cosas y sus cosas se iban amalgamando para ser nuestras cosas, nuestra relación se iba desmoronando poco a poco. Y, aunque no lo habíamos dicho en voz alta aún, contemplábamos nuestro futuro en primera persona.
Sinceramente estaba seguro de que la ruptura sería más fácil de superar que la división de las cosas materiales.
¿Quién se queda con el televisor? A diferencia de los cubiertos no podríamos dividirlo en la mitad. Tal vez podríamos hacer un canje. Dos electrodomésticos por uno. ¿En base a qué haríamos eso? ¿En base al precio o el valor sentimental? Y si fuera por el precio, ¿sería por el original o el valor actual? Porque el microondas había empezado a fallar y definitivamente valía mucho menos.
Cada vez que me sorprendo a mí mismo haciendo estos cálculos mentales vuelvo a cuestionarme en qué momento dejamos que esto suceda. Cada vez que uno se pregunta este tipo de cosas, empieza a hacer una retrospectiva de su relación..
Inconvenientemente, mirar hacia atrás, me causa mucho vértigo.
Después de tres años de relación había un sin fin de altos y bajos. Mientras más estirábamos nuestro tiempo juntos, las peleas no necesitaban problemas de gran magnitud para explotar.
¿Quién dejó corriendo el agua del inodoro? ¿A quién le toca lavar los platos? ¿Por qué iremos a ver a tu papá este fin de semana? ¿Quién te escribe tan tarde? ¿Quién te escribe tan temprano? ¿Quién es Marcos? ¿Quién es Andrea? ¿Por qué ya no tenemos sexo?
Los reclamos iban de manera equitativa, de idas y venidas.
Tal vez al inicio de todo el amor que sentía por Denisse era más grande que cualquier reclamo. Pero mientras más se desgastaba este sentimiento, el filtro que tenía para pasar por alto su mal humor y sus inseguridades era más delgado. Al punto de ser una fina capa transparente, como la de una burbuja de jabón.
¿La culpa de quién es? Ya no tiene caso buscar razones que solo me harán dudar sobre la única solución: separarnos.
Pero si me piden mi opinión, la culpa es de Denisse y sus aires de superioridad. Su obstinada costumbre de recordarme lo poco inteligente que soy para tomar decisiones. La manera en la que ensancha sus logros y minimiza los míos. Su horrendo hábito de consumir mi autoestima para alimentar la suya.
Aunque si le piden a Denisse su opinión es probable que me dirija toda la culpa por mi mala costumbre de no ponerla como prioridad en mis decisiones, por preocuparme por todo el mundo antes que ella. O tal vez por la forma como exploto para reclamarle ciertas cosas. Incluso por mi incapacidad de ahorrar dinero y planificar el futuro.
Poner todo esto sobre la mesa me hace sentir diminuto y vulnerable.
Esto debe terminar de una vez por todas porque si seguimos empecinados en avanzar será muy tarde.
¿Pero cómo haré para poner todo esto en cajas? ¿Cómo haré para bajar el refrigerador por las angostas escaleras? ¿Cuánto tiempo me tomará subir y bajar las tres plantas sin un ascensor? ¿A dónde iré?
Detrás de un “ya no podemos seguir juntos”, hay una infinidad de procesos que me agobian y me hacen considerar la opción de “hablemos para mejorar esto”.
Sin embargo, seguir juntos para luego casarnos y luego tener un hijo o dos solo es como inflar un globo hasta sus límites. Uno que explotará y en el camino nos terminará dañando más.
Me veo tratando de sostener esta relación llena de toxicidad solo por la pereza de bajar unas cuantas cajas. ¡Qué patético!
Comienzo a pensar en que mientras más dejo que pase el tiempo nos iremos llenando de más cosas y la mudanza del mañana será más complicada que la de hoy; cuando la cerradura de la puerta cobra vida de la nada.
Me levanto de un salto para recoger los vasos y empaques de comida que tenía alrededor de mi computadora. Las escondo con la misma velocidad con la que minimizaba las páginas porno y me subía los pantalones cuando mi papá llegaba a casa.
Denisse odiaba mi desorden.
Yo también solo que no hacía nada al respecto.
Aparece detrás de la puerta con el rostro cansado, como todas las noches.
Denisse era abogada y trabajaba defendiendo patentes para los clientes de una multinacional. Un trabajo muy importante comparado con mi puesto de redactor publicitario.
Ella seguía el legado familiar mientras que yo rompía el mío. El linaje de médicos lo destruí con mi encaprichamiento de ser escritor. Un escritor fracasado que se limita a escribir los anuncios para marcas de comida rápida.
—¿Qué haces ahí parado? —me pregunta mientras deja su bolso en la mesa del comedor.
Internamente pienso en que ella podría quedarse con eso. Al final de cuentas, el modelo que elegimos fue el que le gustó a ella.
—Nada —le respondo mientras acepto su beso de saludo.
Realmente no es un beso, es más un “posicionar levemente los labios de alguien sobre los del otro por simple costumbre”.
—Bueno —suelta ella para llenar el silencio—. No olvides bajar la basura por favor, se va llenar de insectos —ordena mientras se mete en la habitación.
No lanzo ninguna objeción porque mi estado emocional no está preparado para enfrentar una discusión. Estaba a punto de decirle que yo la había bajado el día anterior y que ahora era su turno. Luego seguro ella diría algo como que era muy desconsiderado al ver que ella estaba muy cansada después de un largo día de trabajo. Replicaría haciéndome la víctima y quejándome de que siempre minimizaba mi trabajo. En su cansancio Denisse aseguraría que escribir veinte oraciones al día no era un trabajo. Ese sería el inicio de diversas estocadas que me llevarían a dormir en el sillón frente al televisor.
Sillón que agrego a la lista de cosas que me llevaría.
Agarro una bolsa de plástico grande y empiezo a hacer un recorrido por todo el departamento. La basura de mi oficina, la de la habitación, la de la cocina y al final la del baño. La bolsa estaba pesada y me sorprende cuanta basura pueden hacer solo dos personas.
Ejerzo fuerza en mi brazo derecho para levantarla y me dirijo hacia la puerta.
Al primer contacto de mis dedos contra la fría perilla me detengo.
Observo la imagen desde fuera de mi cuerpo. Es como un cuadro futurista donde estoy yo saliendo de esta relación cargando conmigo toda la basura acumulada por tres años.
No puedo creer que esté haciendo una analogía de mi vida con esta bolsa de basura.
Peor aún no puedo creer que sienta envidia de la facilidad con la que esta bolsa va dejar el departamento de una vez por todas. Mientras que yo seguiré aquí atado por los lazos de mi pereza.
Es cuando hago un golpe con la realidad, donde soy consciente que estoy en un hoyo tan profundo que lo único con lo que me puedo relacionar es con papeles, polvo, restos de comida y papel higiénico usado.
Suelto la bolsa.
Por el impacto el débil nudo que le hice se desprende y con un golpe seco deja salir la mezcla de desechos.
Denisse sale corriendo y no la escucho.
Solo veo cómo su rostro va adoptando una expresión de furia.
Veo mover sus labios de manera ancha, sé que debería escuchar los gritos. Soy consciente de que debería responderle y empezar el juego de quien grita más fuerte.
El juego de quien hiere más fuerte a quien.
Pero no pasa nada de eso.
Bajo la vista y veo la bolsa de basura destripada sobre el suelo.
No quiero acabar así.
Es en ese momento donde mi flojera se desvanece y pasa a un segundo plano. Donde el esfuerzo de bajar las cajas por los más de cuarenta escalones parece un esfuerzo mínimo. Donde volver a mi antigua habitación en la casa de mi papá no me importa. Donde tener que explicarle a todos mis amigos y familiares la razón por la que me separé no parece gran trabajo.
Donde mi vida en primera persona no parece tan mala.
—Danisse —comienzo a decir con decisión—. Ya no quiero seguir contigo.