Volverla a ver fue como una patada en los huevos.
Volverla a ver junto a otro, más doloroso aún. Pensé entonces que la solución sería cortarme las piernas y esperar que unas nuevas me crezcan. Eso o tomar clases de baile, como ella había sugerido tantas veces. Sonrío involuntariamente ante la simple imagen. Me forcé a dejar de mirarlos y traté sobremanera de concentrarme en lo que decía Helen. Hablaba rápidamente en un intento desesperado para no ahogarse en el mar del silencio incómodo. Respondía sin ganas sus preguntas mientras mi mente, imparable, comenzó a pensar en el dinero de más que había gastado el taxi hasta allí. El hijo de puta nos cobró veinticinco soles para llevarnos hacia ese extremo de Lima. Aunque el camino no era corto el precio era sumamente inflado. No regateé porque no quería dar una mala impresión frente a Helen. A ella parecía infinito el camino, se quejaba cada diez minutos y miraba a través del espejo de manera incrédula la longitud, desconocida para ella, que Lima tiene.
—Solo vengo porque es Sole, porque si no ni loca, ¿me entiendes? —me aclaró cuando le pregunté si antes había venido por el cono norte. Contrariamente yo había pasado la mayor parte de mi vida moviéndome alrededor de toda la capital. Ya que tenía familiares desperdigados a lo largo de la grisácea ciudad.
La casa de Soledad estaba en lo más recóndito de San Martín de Porres, a tan solo unos pasos del Callao. Sole me recibió con un con un abrazo y un gritó de emoción. Era la primera vez en todos los años que la conocía que me había animado en ir a una de sus fiestas.
Comencé a hablarle a Helen al inicio del semestre. La había visto en los pasillos un par de veces pero nunca habíamos llevado clases juntos. La invité a salir un par de veces pero pensé en dejarla de lado hasta que me enteré que Noelia estaba con alguien. Alguien mucho más alto que yo, más delgado, con más músculos, con más dinero y lo peor que bailaba mejor que yo, mucho mejor.
—Alejandro, seré sincera. No se pisa el mismo charco dos veces, querido —le aseguró Soledad.
Noelia amaba bailar, y todas sus amigas se hacían la misma pregunta: ¿Qué hacía Noelia con un pobre diablo de dos pies izquierdos? ¡Y encima está medio gordito! ¿No?
Durante el tiempo que estuvimos juntos, ella evitaba las fiestas y las salidas a discotecas. En el fondo sabía que era por mí aunque ella alegaba que estaba cansada de trabajar y estudiar. Las veces que nos veíamos obligados a ir a algunos de esos lados, nos quedamos sentados, conversando, bebiendo y besándonos. Ella siempre acababa moviendo los pies con la música y entonces yo estaba seguro que en cualquier momento ella acabaría la relación por mi incapacidad para bailar. Realmente fue un motivo totalmente distinto.
—Disculpa Ale—. Helen regresó y me tomó del brazo. Traté de ignorarla y de un solo trago se terminó su vaso de pisco sour—. ¿Puedes creer que había cola en el baño?
Alcé las cejas con impresión fingida y luego se acercó un mozo con una bandeja de bebidas. Me solté de ella y tomé dos mojitos. Le di uno a ella y ella lo recibió moviéndose al ritmo de la música, un reggaetón moderno que había sonado cientos de veces en la combi camino a la universidad. La observé minuciosamente y detuve la mirada en ese par de músculos suficientemente grandes para dejar de tratarla fríamente. Me acerqué e intentó besarme pero yo la abracé.
—¿Bailamos? —preguntó con mucho ánimo, balanceando sus hombros al compás del bajo y la voz de algún cantante colombiano que hacía un penoso intento de rapear.
—Yo no bailo —confieso sin vergüenza alguna y luego me llevé el mojito a la boca. Primero pensé en darle un pequeño sorbo, pero en la pista apareció Noelia y su nuevo enamorado. ¿Cómo se llamaba? ¿Rafael o Roberto? No recordaba. Entonces hice un seco-y-volteado.
—No seas loco, esa canción en lindísima, ven que yo te enseño.
No hice objeción alguna, y permití que Helen me llevase hacia la pista de baile como si de jalar una almohada se tratase.
—Es simple, solo mira mis pies, haz lo que yo hago. Pie derecho, pie izquierdo, derecho, izquierdo. Así, así. Ves es facilísimo. Ahora intenta mover las caderas, no tan tieso… auch.
—Lo siento.
—Descuida, ve más despacio. Déjate llevar por la música.
Sentía entonces que todos me miraban y vergüenza se apoderaba de mí. Sentimiento que fue opacado por la ira que me provoco la imagen de Noelia bailando y besándose al mismo tiempo con ese tipo. Envuelta en esos brasazos producto de varias horas de gimnasio, quizá. Entonces cuando se separaron la mirada de Noelia se encontró con la mía. Sonrió y en ese efímero instante recordé todo lo que habíamos pasado juntos en el año que salimos. Sentía sus besos, sus caricias, sus risas. Me transporte a las veces donde las palabras emanaban como agua de un grifo, y de los momentos donde no eran necesarias las palabras.
—No puedo —grité sobre la música.
—Pero si estábamos yendo bien.
—No sirvo para esto —aseguré antes de dar la media vuelta e irme por un trago.
Un shoot de tequila, le pedí al bartender que me quedó observando para cerciorarse si estaba seguro de lo que estaba pidiendo.
—Rápido —le ordené.
Entre la mezcolanza de emociones podía sentir culpa por haber venido con Helen. Sincerándome conmigo mismo, sabía que no sucedería nada con ella. Mis amigos eran capaces de hacerme callejón oscuro si se enteraban que dejé ir a Helen sin habérmela tirado.
—Aquí tienes.
Recibí la copita y de un solo golpe, sin respirar, lo vacié. Arrugué la cara consecuencia del ardor que me había generado el licor. El ardor se deslizó hacia mi estómago y recordé que no había comido nada desde el almuerzo. Como poseído me dirigí hacia la comida que había sobre una mesa de vidrio al otro lado de la sala. Me costaba el doble de trabajo mantener el equilibrio. Tomé uno que otro piqueo y me lo embutí sin dar muchos mordiscos. No quería que el alcohol me afectara por tener el estómago vacío. Aunque ya lo había hecho.
—¿Ahora bailas? —preguntó… ¿Noelia?
Por un rato pensé que era parte de la borrachera, que me lo estaba imaginando pero ella estaba ahí, bañando un marshmallow con chocolate de la fuente.
—¿Ahora te gustan los músculos más que el cerebro?
—No conoces a Arturo, no puedes juzgarlo.
—Lo siento.
—No cambias— sentenció ella con firmeza y desilusión. Bajé la mirada porque Noelia tenía razón—. No te dejes llevar por tus emociones.
—No quería bailar, ella insistió. Quiso enseñarme, pero no puedo hacerlo.
—Te insistí medio año para que vayas a mis clases y a ella solo le tomó una fiesta para convencerte. ¡Sorprendente! Bueno te dejo solo, suerte.
Noelia siempre acababa todas sus conversaciones con la palabra “suerte”. Las veces que hablaba por teléfono, cuando escribía algún mail o en el chat de Facebook. Cuando se despedía de su amiga siempre era: “un beso cholita, suerte”. Lo que necesitaba no era suerte, tampoco cortarme las piernas y que me crezcan unas nuevas, ni meterme a clases de baile. Menos que Helen, quien ahora bailaba con un total desconocido, me indicara como dejarme llevar por la música. Lo que necesitaba era tomar de la mano a Noelia y jalarla hacia mí, tomarla entre mis brazos, plantarle un beso y decirle lo mucho que la amaba. Decirle que fui un huevonazo por creer que se acostaba con su profesor de tango, el argentino hijo de puta. Pedirle disculpas por haber revisado sus mensajes y haberla seguido después de clase. Pero no me lancé. No lo hice y era tal vez porque era un espectador y no un bailarín, era de esas personas que no toman acción y ven al resto bailar.
Soy de los que se quedan en el borde esperando que se acabe la fiesta.
– Fin –
Te comparto un playlist para que bailes un poco, al menos internamente.